lunes, 13 de enero de 2014

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Hoy mi mujer me he despertado con la noticia de que Babelia ha puesto Papelerías a caldo.

Un relamido y nostálgico homenaje, sustentado en meras anécdotas y pseudoerudición, a esos lugares que forman parte esencial de un sesgado modo de entender la cultura y sobre los que, a lo largo de los siglos, fetichistas del libro – casposos alféreces en la liga de los tocones de vírgenes en solemne procesión y mozos de sanfermines – y lectores simples han ido construyendo una vana mitología[1]. Sirvan las primeras frases de la introducción del libro como muestra de la andrajosa inanidad intelectual del crepuscular Gorrión: “Entre una pera concreta y todas las peras se establece una relación parecida a la que mantiene una manzana con todas las manzanas que existen y existieron y tal vez existirán”[2].

En honor a la verdad mi mujer llevaba mucho avisándome de que mi alejamiento de las redes sociales no podía acarrearme nada bueno. El mazazo me ha hecho recordar una historia que un escritor español muy importante (no quiero decir quién) me contó hace unos meses: el director del periódico para el que escribía le dijo que no acababa de entender por qué no se defendía ante la gente que le vejaba e insultaba constantemente, o peor aún, se empeñaba en darle consejos para mejorar o cuanto menos enderezar su vida sexual. Yo tampoco, la verdad, acababa de entenderlo. Entonces, este escritor me dio un luminoso consejo: "Estilo, es una cuestión de estilo; o lo tienes, o no lo tienes; no contestes nunca a tus críticos, ni prestes oído a sus bestiales exhortaciones. Bastará a tu propósito con que a todas horas te refieras a ellos como necios y calumniadores, escoria infame, envidiosos hasta de la mierda que cago, ganado de Satanás indigno de una mínima contestación; el estilo cuesta mucho ganarlo, el estilo es oro puro, es dinero contante y sonante, una elegancia ideológica, ¿entiendes?”

Más tarde, a la hora del aperitivo, nos hemos acercado al Cementerio de los Tertulianos a despedirnos de Ernesto, que murió anteayer debido a complicaciones derivadas de una depresión que ninguno de sus amigos sabíamos que combatía (¡evidentemente con poco éxito!) Tal como dejó indicado, en la lápida hay un mariquita al que le echas un condón de sabor cualquiera y te toca una de Lady Gaga.



[1] Compárese con el texto original de la reseña: “Un hermoso homenaje (con su punto de nostalgia), repleto de anécdotas y erudición, a esos lugares que forman parte esencial de nuestro modo de entender la cultura y sobre los que, a lo largo de los años, bibliófilos y simples lectores han ido construyendo toda una mitología”.
 
[2] Compárese ahora el soez vandalismo del parodiador con la lúcida y sobrecogedora analogía del texto original (Papelerías, XXXX): “Entre un cuento concreto y toda la literatura universal se establece una relación parecida a la que mantiene una librería con todas las librerías que existen y existieron y tal vez existirán. Habrá quien denuncie la debilidad o aun la relevancia de la analogía, o quien afee la integridad de mi ecuánime intelecto, pero permítanme aseverar en mi propia defensa que la sinécdoque y la analogía son, casi con toda seguridad, las figuras por excelencia del pensamiento humano”.
 

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